Nacida en Managua el 15 de octubre de 1918, ha sido “la primer mujer de letras que ha tenido Nicaragua y su importancia ha sido grande como promotora de la cultura nicaragüense”, según Ernesto Cardenal. Para Luis Alberto Cabrales, “comparte la supremacía poética centroamericana con Claudia Lars y Clementina Suárez”. Por su labor de fundadora y principal animadora del Círculo de Letras “Nuevos Horizontes” en los años 40, fue elogiada por Carlos Fonseca, por estar abierto a todas las tendencias ideológicas. Poeta y narradora, obtuvo el Premio Nacional “Rubén Darío” en 1945. Años después publicó su conocida Antología de la Poesía Nicaragüense que, pese a sus irregularidades, sigue siendo fuente de obligada consulta. Viajó por los países centroamericanos promoviendo la cultura nicaragüense. En su círculo se produjeron verdaderos acontecimientos culturales como la conferencia sobre Huidobro de Joaquín Pasos y la presentación del gran poeta español republicano León Felipe. En la década de los 80 recibió la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío. Si hay una palabra constante en la poesía de María Teresa Sánchez es el adiós, el adiós a todo y a todos, el adiós al mundo. Hay como un desprendimiento franciscano, una especie de orfandad cósmica en ella, algo así como la quería Rilke: un emprobecerse para purificarse, a partir de la contemplación de las cosas y los seres; una sensación apaciguada por una devoción religiosa no solo contemplativa sino militante. ¿Habrá algún texto en nuestra tradición poética religiosa que aventaje en esplendor y sencillez a éste?: “La flor de mis labios es besada,/ la piedra que mi mano ha esculpido,/la clara luz que llega a mi ventana,/ la luz del sol y el calor del nido./La blanca harina a diario tan deseada/ que la boca del pobre no ha comido;/la manta que me libra de la helada/ y la obra que me libra del olvido…” Aparte de ese tono místico, que caracteriza buena parte de su obra, María Teresa, como la Agustini y la Ibarborou, canta, en sus bien trazados versos, el dolor humano, los hontanares de la tristeza y la desolación. Soledad, premonición de la muerte, angustia, intimidad del Yo acosado, son temas fundamentales en su poesía, hasta ahora insuficientemente conocida, debido a que no tenemos una recopilación de su obra.
El crítico guatamalteco Ramiro Córdoba, al referirse a su segundo libro (Oasis, 1943), escribió lo siguiente: “Aspiremos en sus páginas un olor de campo silvestre, sin ver sobre él el vuelo de las cantáridas, las que hicieron danzar, enloquecidas, a muchas de nuestras vacantes criollas”.
Bibliografía: Sombras, Managua, 1939; Oasis, Managua, Nuevos Horizontes, 1943; Canción de los caminos, Managua, 1949; El hombre feliz y otros cuentos, Managua, 1957; Canto amargo, 1958; Poemas de la tarde, 1863; Poemas agradeciendo a Dios, 1964; El poeta pregunta por Stella, 1967