Entre la pintura, la escritura y la ciudad perdida
Edwin Sánchez |
Si bastaron unos 30 segundos para que Managua sucumbiera en 1972, también la vida de solvencia económica que llevaba Mercedes Gordillo desapareció en ese fragmento de tiempo.
De Gordillo se pueden escribir varias biografías a la vez. Mercedes de las galerías, Mercedes de los libros, Mercedes, la esposa del pintor Alejandro Aróstegui, Mercedes la museógrafa, Mercedes crítica de arte.
“En México aprendí museografía, que es muy importante para el arte”, dice la Premio Nacional “Rubén Darío” en el género de cuentos. Ella misma se define como escritora tardía, mas el arte lo ha llevado desde época temprana, donde la ciudad y las vivencias urbanas surgen en sus textos y hasta en los poemas.
Nunca estudió literatura, no entró por la puerta académica a la creación, sin embargo, no deja de acomodar en un sitio preferencial en la sala de sus mejores recuerdos el día que, como parte de la clase en un colegio de Estados Unidos, le pidieron un poema. Lo escribió en inglés y hasta ganó un reconocimiento. Entonces ajustaba los 17 años.
Es evidente que goza de la elocuencia y del arte de caer bien. Y toda su vida parece moverse en atmósferas que se componen de las artes plásticas. Ella misma olvida las distancias entre la pintura y la prosa. Entre la luz de la imagen y la metáfora. En su casa le vemos obras del Ernesto Cardenal escultor y, por supuesto, también varios “Aróstegui”.
¿De dónde son los artistas?
De tal manera que la pregunta necesaria apareció cuando apenas ordenaba sus experiencias vitales: ¿De dónde le viene su inclinación a las artes? Sus respuestas no determinan prioridades. Habla de su mamá, Mercedes Fonseca, una dama definida por ella con un término con todos los efectos del último trazo de un cuadro: “Adelantada”. Adelantada a su época, adelantada a los prejuicios, delantada al mundo decimonónico en que se desenvolvió todavía gran parte del siglo XX. Doña Mercedes nació a fines del siglo XIX y su vida se hizo en el siguiente.
Una ama de casa, papel que Mercedes la escritora conceptúase como “carrera” intangible y sin remuneraciones. Ella hacía arreglos florales muy bellos, diseñaba tapices cuando no abundaba la pintura, hechos con telas de manta. Por ejemplo, daba forma a un oasis, en tela aplicada de varios colores. Así cruzan en la memoria de la hija aquellos colores, formas, madeja y dibujos que la aproximaban a las artes iniciales.
¿De dónde el arte? ¿De dónde son los artistas?, como preguntaría Miguel Matamoros con el Son de “La Loma”: Mamá, yo quiero saber de dónde son los cantantes… entonces es inevitable escuchar el nombre de Fernando Gordillo, el poeta que apenas gozó en esta vida de unos cuantos calendarios. “Abrió mis ojos a la realidad de este país. Era un gran poeta”. Su primo hermano, nos dice, murió escribiendo.
En esa búsqueda se encontró con un libro del cual no se conocía nada y su autor era, como en uno de los cuentos de Gordillo, “un perfecto desconocido”. Sí, fue una de las primeras en leer la novela “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez. Había viajado a Bogotá en 1968, donde adquirió un ejemplar. Encantada por la deslumbrante prosa del escritor caribeño, lo recomendó a un librero de Managua, y le prestó quizás el primer ejemplar que había entrado a Nicaragua, y el hombre ni se mosqueó. Cuando regresó donde el dueño de la librería, ubicada en el barrio San Antonio, éste le dijo con ese tono de la decepción casi imposible de remover en un desafortunado: “Es una novela para mujeres”.
La escritora
Cuando Mercedes Gordillo, llevada por la nostalgia y por sus sentimientos maternos, empezó a leerle cuentos a su pequeño chavalo para que se durmiera, daba paso sin quererlo a otra historia que le modificaría su existencia.
Me dirá en su casa, allá por la Carretera a Masaya, cerca del Hospital Metropolitano, que estudió otras artes, menos literatura. Y su primer poema fue en el idioma inglés, a los 17 años, en un colegio norteamericano. Fue un escrito de cuatro líneas y “me premiaron”.
“Hasta ahí mis recuerdos literarios”, suelta una sonrisa. El trayecto que siguió después atravesó calendarios, países y reminiscencias. En Costa Rica, a fines de la década de los 80, empezó a contarle a su pequeño hijo las famosas historias del Tío Coyote y Tío Conejo, los cuentos de Juan Aburto y Fernando Silva. “José Alejandro se dormía oyéndolos”.
Pero Mercedes una noche quedó sin repertorio y no encontró más salida que hacer los suyos. Era su primer paso a la literatura, si acaso se le colocara a su poema de juventud la etiqueta de “casualidad”.
La memoria, la nostalgia por la ciudad de Managua, abatida por el terremoto del 72, fueron impulsándola a entretejer las nuevas historias “no importaba que salieran feas”. Surge el relato “El cometa del Fin del Mundo”, que le dio título a su primera colección de cuentos. Lo basó en lo contado por su mamá sobre el cometa Halley que apareció en los cielos de Nicaragua, en medio de los más funestos presagios, en 1910.
Cuando lo escuchó su hijo, y después la familia, se sorprendió de que les gustara tanto y por eso se sintió animada en escribir otros, porque además en su casa prácticamente le habían dado esa orden de tan complacidos que estaban: “Desde ahí no he podido dejar de escribir”.
Se dio cuenta de una convocatoria del Instituto Nicaragüense de Cultura (INC) y decidió enviar sus textos debidamente corregidos y con varias fotocopias. Con el seudónimo de “María de los Ángeles”, el jurado compuesto nada menos que por Lizando Chávez Alfaro (q.e.p.d.), Gloria Guarda y Octavio Robleto vio que aquel libro inédito reunía la calidad necesaria para optar al galardón del Premio Nacional “Rubén Darío”.
“Nadie sabía quién era la autora, y eso era una gran ventaja”, dice Mercedes, quien termina de arreglar su satisfacción con una sonrisa festiva: “El cometa del fin del mundo” va con su segunda edición.
Autora de “Una mujer con sombrero”, cuya portada es exactamente la obra de Alejandro Aróstegui con ese nombre, y “Vida y Milagros”, su cuarto libro, su obra ha suscitado comentarios favorables de la crítica.
“Una perfecta desconocida” fue presentada por reconocidos intelectuales como Jaime Labastida y Federico Álvarez, en México, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
También la dama escribió “Sor María Romero y los nicaragüenses”, y participa activamente con la asociación de ese nombre para atender a los niños en varias ciudades, pero eso ya sería entrar en otra de las biografías de Mercedes Gordillo y, por ahora, mejor le ponemos “Punto y aparte”, como el título de la novela que prepara en la actualidad, donde la escritura se encargará de retratar a “una revolución que cambió nuestras vidas para siempre”.
De niña rica a pobre
El mundo privilegiado de Mercedes Gordillo desapareció en los pocos segundos en que el terremoto desbarató la capital. Pasó de niña rica a niña pobre en menos de un minuto.
Cuando empezó a “despertar” a su nueva realidad, se evaluó. Decidió lo que ordenaba la situación: si quiero mantener el mismo nivel de vida, debo trabajar. E hizo una lista al revés de una factura de lo que podía hacer.
“No soy fea, es importante la presencia”, se dijo. Sabía de museografía, inglés, había estudiado pintura, escultura, era crítica de arte, pero se le movía el piso más que a Managua de sólo pensar lo que se le venía: “Todo eso no servía para nada en Nicaragua”.
Repasaba sus años de aprendizaje y la incertidumbre se le enrollaba tanto en los pies que le resultaba complicado dar un paso más con sus propias evaluaciones: “Sé de historia del arte, pero, ¿a quién le importa eso?”
Con todo, Gordillo se mantuvo en la línea de la cultura. Estaba relacionada con gente que compraba cuadros “y yo amaba la pintura, y quería dar a conocer las obras”. Esta nueva etapa inició primeramente con pintores del calibre de Leonel Vanegas y Orlando Sobalvarro. A ella la contactaban y se dedicaba a vender algunos cuadros, sin cobrar un solo centavo.
En 1974 abre la famosa Galería Tagüe, y desde ahí mantuvo un mandamiento cardinal: ofrecer obras de calidad. Y aunque más de alguno le sugería que ayudara a fulanito pintor que necesitaba de recursos, pobrecito, él no ha podido vender, ella respondía: “La pintura no es una obra de caridad, sino de calidad”. Yo no era complaciente”.
La especialista ahora consiente con todo el abecedario del orgullo: la pintura aquí ha alcanzado un grado de superación a la par de las muestras internacionales.
Guiada por su olfato, Mercedes Gordillo empezó a comprender a los talentos nacionales. El movimiento, digamos el histórico “Praxis”, creaba obras que se alejaban de un tipo de pintura se souvenir, de pajaritos, cerritos y colores.
En la entrevista, la dama da las pistas del alto grado de desarrollo obtenido por los artistas nicaragüenses como el mencionado Sobalvarro, el mismo Alejandro Aróstegui, Genaro Lugo, Leoncio Sáenz, Izquierdo y Amaru Barahona.
Era una pintura hecha con la realidad de Nicaragua. El Xolotlán ya no era idealizado en azul, sino como era: plomizo, triste, desperdiciado. Surgían las puras calles de Managua, el barrio, las latas de desperdicios. Ella dice. Ni el Xolotlán ni el Cocibolca son lagos turísticos. Los mares tampoco son azules, pues se ven verde, oscuro…
Por primera vez, dice, se atrevían los artistas a plantear el concepto de una pintura rebelde. Se pasó de lo idealizado a lo ideologizado. Se aceptó la triste verdad que había detrás del paisaje, convencidos de que esa era nuestra realidad, no aquella de las lapas rojas.
Cada artista creó su obra a partir de ahí: era el uso de los desperdicios, como Aróstegui, contra la maravilla del paisaje que no es. Visitaba Acahualinca, veía los desechos, latas, plásticos, zopilotes. Vanegas, en Masachapa, pinta lo que le devuelve el mar, alejándose de aquellas puestas bucólicas de sol tras las recortadas palmeras contra el atardecer. Era otra forma de ver, de retratar el mundo como era.
Esta pintura fue y sigue siendo un empuje que transformó todo el movimiento plástico nacional. Mercedes lo dice con la vivacidad de sus ojos, con el timbre alegre de su voz, satisfecha, aunque no lo diga con la palabra, de haber vivido este no estudiado capítulo de las artes plásticas nacionales.